Desarrollo del
Estado de Bienestar.
El Estado de Bienestar -propio del CME
(Capitalismo Monopolista de Estado) -ha sido permeable a las luchas
reivindicativas de las clases explotadas y sometidas, y muchas veces fue
condicionado -y hasta obligado-a jugar de intermediario o regulador de las
relaciones de distribución del capital social, entre la producción colectiva y
la apropiación privada del mismo.
El Estado propio de la fase de dominación del capital Financiero Transnacional (CFT) ha perdido por completo su carácter regulador o de árbitro que supo tener en décadas anteriores a las del ’70; para convertirse en una máquina, una agencia de aplicación de los planes económicos de las corporaciones dominantes, por consenso o por represión.
Sin embargo esta transnacionalización del capital monopólico y financiero, no significa de forma alguna que estos sectores -los más concentrado de la alta burguesía mundial-hayan perdido por completo sus relaciones clasistas “orgánicas” con su base nacional,
o que vivan con una independencia absoluta respecto de las burguesías nacionales. Significa, más precisamente, que en su violenta expansión han logrado integrarlas, subordinarlas y/o derrotarlas -según los casos-poniéndolas en situación de cumplir tareas funcionales a la burguesía transnacional, dominante en esta nueva etapa del desarrollo capitalista. Sólo de este modo, puede entenderse el esfuerzo de integración subordinada de las burguesías monopólicas “antiguamente de carácter nacional” de la región, a los sectores más concentrados del CFT. Así, el sector industrial “paulista” busca ampliar y resguardar su propio mercado de consumo. Así también, algunos grupos de contratistas parasitarios del estado argentino tanto viales, transportistas, agroquímicos como energéticos (Perez Companc, Roggio, Yabrán, Soldatti, Macri, Eurnekian) y corporaciones monopólicas de origen terrateniente “nacional” (Arcor, Mastellone, Deheza, Monetta, Yoma, Molinos-Banco Río, etc.) negocian sus mejores condiciones de existencia con la burguesía transnacional.
Incluso aquellos monopolios y corporaciones financieras que han concentrado de manera colosal gigantescas masas de capital -y por ende significativas cuotas de poder político, adquiriendo posiciones que logran prescindir de sus naciones de origen y de “ciertas regulaciones políticas de los Estados”-permanecen ligados, generalmente en posiciones de mando, con las fuerzas políticas burguesas “nacionales” ¬e incluso “populares”-mediante las oligarquías de las burocracias estatales pretorianas generadas por ellas, manipulando las irremediablemente corruptas estructuras partidarias del sistema (PJ, UCR, Frente para la victoria, en Argentina; Convergencia chilena; PRI, en México, PT en Brasil, el chavismo en Venezuela.) en los Estados donde radican sus casas matrices y -en medida variable-en aquellos Estados dentro de cuyos límites geográficos tienen invertido el capital. En los días que transcurren, los monopolios transnacionales constituyen la expresión de niveles tan elevados de acumulación y concentración de capital, que su ciclo de producción y reproducción se encuentra obligado a trascender las fronteras nacionales y afianzarse sobre vastos espacios económicos y políticos regionales y globales. Las grandes masas de capital acumulado por un lado y las sendas crisis en las que se desestabiliza el sistema de producción capitalista internacional por otro, obligan a las corporaciones transnacionales, a expandirse y diversificarse por el mundo en busca de dominar todas las ramas de la economía, incluso hasta sectores terciarios e improductivos (medios de comunicación, salud, educación, turismo), en la necesidad que tiene el capital de ampliar y crear nuevos circuitos de circulación y reproducción ampliada de ganancia.
Este nuevo imperialismo, el del Capital Financiero Transnacional, impone a escala mundial nuevas relaciones sociales capitalistas de producción y de existencia. Pero estas nuevas relaciones no cambian de manera instantánea ni automática, sino que se van gestando sobre la base de las relaciones de producción ya existentes, como ciertas formas determinadas por las asociaciones monopólicas-estatales propias del CME -predecesoras del CFT-y resquicios de producciones pre-monopólicas, o en sociedades muy atrasadas como las africanas, formas todavía mercantilistas o, incluso, de mera subsistencia para sus poblaciones degradadas humanamente.
El Estado propio de la fase de dominación del capital Financiero Transnacional (CFT) ha perdido por completo su carácter regulador o de árbitro que supo tener en décadas anteriores a las del ’70; para convertirse en una máquina, una agencia de aplicación de los planes económicos de las corporaciones dominantes, por consenso o por represión.
Sin embargo esta transnacionalización del capital monopólico y financiero, no significa de forma alguna que estos sectores -los más concentrado de la alta burguesía mundial-hayan perdido por completo sus relaciones clasistas “orgánicas” con su base nacional,
o que vivan con una independencia absoluta respecto de las burguesías nacionales. Significa, más precisamente, que en su violenta expansión han logrado integrarlas, subordinarlas y/o derrotarlas -según los casos-poniéndolas en situación de cumplir tareas funcionales a la burguesía transnacional, dominante en esta nueva etapa del desarrollo capitalista. Sólo de este modo, puede entenderse el esfuerzo de integración subordinada de las burguesías monopólicas “antiguamente de carácter nacional” de la región, a los sectores más concentrados del CFT. Así, el sector industrial “paulista” busca ampliar y resguardar su propio mercado de consumo. Así también, algunos grupos de contratistas parasitarios del estado argentino tanto viales, transportistas, agroquímicos como energéticos (Perez Companc, Roggio, Yabrán, Soldatti, Macri, Eurnekian) y corporaciones monopólicas de origen terrateniente “nacional” (Arcor, Mastellone, Deheza, Monetta, Yoma, Molinos-Banco Río, etc.) negocian sus mejores condiciones de existencia con la burguesía transnacional.
Incluso aquellos monopolios y corporaciones financieras que han concentrado de manera colosal gigantescas masas de capital -y por ende significativas cuotas de poder político, adquiriendo posiciones que logran prescindir de sus naciones de origen y de “ciertas regulaciones políticas de los Estados”-permanecen ligados, generalmente en posiciones de mando, con las fuerzas políticas burguesas “nacionales” ¬e incluso “populares”-mediante las oligarquías de las burocracias estatales pretorianas generadas por ellas, manipulando las irremediablemente corruptas estructuras partidarias del sistema (PJ, UCR, Frente para la victoria, en Argentina; Convergencia chilena; PRI, en México, PT en Brasil, el chavismo en Venezuela.) en los Estados donde radican sus casas matrices y -en medida variable-en aquellos Estados dentro de cuyos límites geográficos tienen invertido el capital. En los días que transcurren, los monopolios transnacionales constituyen la expresión de niveles tan elevados de acumulación y concentración de capital, que su ciclo de producción y reproducción se encuentra obligado a trascender las fronteras nacionales y afianzarse sobre vastos espacios económicos y políticos regionales y globales. Las grandes masas de capital acumulado por un lado y las sendas crisis en las que se desestabiliza el sistema de producción capitalista internacional por otro, obligan a las corporaciones transnacionales, a expandirse y diversificarse por el mundo en busca de dominar todas las ramas de la economía, incluso hasta sectores terciarios e improductivos (medios de comunicación, salud, educación, turismo), en la necesidad que tiene el capital de ampliar y crear nuevos circuitos de circulación y reproducción ampliada de ganancia.
Este nuevo imperialismo, el del Capital Financiero Transnacional, impone a escala mundial nuevas relaciones sociales capitalistas de producción y de existencia. Pero estas nuevas relaciones no cambian de manera instantánea ni automática, sino que se van gestando sobre la base de las relaciones de producción ya existentes, como ciertas formas determinadas por las asociaciones monopólicas-estatales propias del CME -predecesoras del CFT-y resquicios de producciones pre-monopólicas, o en sociedades muy atrasadas como las africanas, formas todavía mercantilistas o, incluso, de mera subsistencia para sus poblaciones degradadas humanamente.
Entonces ante este análisis del desarrollo del capitalismo mundial es
totalmente inviable la posibilidad de grandes emprendimientos industriales de
carácter y capital plenamente nacionales. Por supuesto esto no es ningún
descubrimiento innovador K. Marx y F. Engels
ya en el manifiesto comunista de 1848 aseveraban que “Mediante la
explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los
países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su
base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas, y están
destruyéndose continuamente.”
Es imposible volver
la rueda de la historia hacia atrás , retrotraer los nuevos sistemas de
producción a los antiguos, ¿ qué corporación dejaría de usar los avances de la
informática, la robótica, las
telecomunicaciones principales sostenes de las deslocalización de la producción
y de enormes réditos de productividad y ganancias para volver a encerrarse
dentro de las viejas fronteras nacionales?. Ni siquiera aquellos Estados que
aun hoy siguen sosteniendo empresas estatales puras o de capitales mixtos,
tienen la capacidad de mantener su independencia del capitalismo global, y sino
miremos el caso emblemático de la “revolución bolivariana” la cual tiene como
mayor consumidor de crudo al gran imperio yankee, quien los mantiene sometidos
a través de una relación carnal desde hace décadas, domesticando a una
burguesía entreguista que solo alardea socialismo en los discursos.
La ultima
revolución informática-tecnológica de la década del “80 ha logrado la
concentración y expansión del capital más grande de la historia. Este avance de
la ciencia les permitió entre otras cosas niveles de productividad nunca vistos,
altos niveles de ganancias gracias a producir, ensamblar y comercializar en
diferentes países, beneficios fiscales para instalar plantas en ellos con
legislaciones laborales aptas a sus necesidades, excepciones arancelarias y
hasta financiamiento de los Estados para sus proyectos. Y todo esto como es lógico no se traduce en mejores
niveles de vida para los trabajadores y ni en más horas de descanso, por el contrario se
reduce en forma exponencial los puestos de trabajo y aumentan la desocupación y
la pobreza.
Pero esta enorme
concentración de capital no se logra sin enfrentamientos de clase, la continua
degradación de las clases trabajadoras y empobrecidas muchas veces les generas
grandes crisis capaces de poner en jaque la institucionalidad burguesa,
ocasionándoles serios riesgos de dominación.
Y la historia
debemos decir fue mucho más educativa para ellos que para el campo
revolucionario, ya que éste todavía no
pudo aprender de sus errores ni despojarse de sus lastres burgueses.
La burguesía sí
supo aprender de sus errores, y entendió que ante las profundas crisis
capitalistas y sus consecuencias, para no poner en riesgo su dominación
necesitaba generar respuestas temporales capaces de contener y descomprimir las
tensiones de los sectores más vulnerables, permitiéndoles un respiro para
seguir, al poco tiempo, apretando el ahorque.
Estas son las
salidas que el conocido populismo nos propone, una bonanza kirchnerista, que
aparenta una buena voluntad, pero no deja de ser la salida necesaria y
descomprimidora a la gravísima crisis del 2001. Si esta crisis no hubiese
existido tampoco esta bonanza.
Acompañado por la
transformación del capitalismo industrial a uno de carácter totalmente
extractivista, donde el valor de nuestros países se encuentra concentrado en la
explotación de nuestros suelos y no en la producción industrial, las clases
dominantes han podido descomprimir las tensiones, ofreciéndoles a los sectores
más pobres, migajas de subsidios estatales y bolsas de comida berreta, mientras
que a las clases medias, siempre cómplices tanto de la dictadura, como del
menemismo y del delaruismo, las compra con una botella de vino medio pelo y un
viajecito al Caribe.
Estos son los que
disfrutan momentáneamente de las dadivas capitalista, y son capaces de
convalidar cualquier accionar de los gobiernos de turno, leyes antiterroristas,
invasión de otros Países, manejo indiscrecional
de la justicia, entrega de nuestro suelo a las mineras extranjeras,
infiltración en organizaciones populares, miles de procesados por luchar, etc.
Pero por supuesto
todos estos en algunos años dirán, “pero yo no los vote” como dijeron años más
tarde sobre Menem y de la Rúa.
En síntesis la
ausencia de una organización capaz de representar ideológicamente los verdaderos intereses de la clase obrera, que
pueda entender el desarrollo de este nuevo capitalismo, que tenga la capacidad
política de unificar en un proyecto común a toda la amplia gama de los sectores
laboriosos, que tenga en claro que un país no se construye con lumpenes
sostenidos por la dadiva estatal, que es necesario destruir todo el aparato
educacional que está basado en la ideología burguesa y crear un nuevo sistema
de educación y conocimiento basado en un saber social de nuevo tipo que aporte
elementos para las necesarias transformaciones que les permitan a nuestros
pueblos una mejor vida, es lo que nos impide hasta ahora trabajar en un
proyecto verdaderamente revolucionario capas de erradicar de raíz la
explotación del hombre por el hombre.
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