sábado, 14 de junio de 2014

Linchamientos, clases en conflictos y legitimidad del Estado represor.



Desde hace tiempo ya la sensación de inseguridad  ha dejado de ser titular del oficialismo, en su intento de minimizar el continuo crecimiento de la delincuencia, para convertirse en una categórica realidad imposible de ocultar o disimular en cualquier tipo de discurso sea quien sea  el interlocutor designado.
Las estadísticas que muestra el gobierno son tan poco creíbles como las cifras que arroja el INDEC o el discurso que se esmeran en pronunciar los voceros oficialistas cada vez que tienen oportunidad de utilizar un canal de comunicación.
Sin embargo la realidad de la gente a diario muestra el incesante aumento de secuestros exprés, arrebatos , robos,  asesinatos , desapariciones , tratas de blancas, trafico de drogas y todo tipo violencia producida por la marginalidad que produce esté sistema de explotación y expulsión de  los  sectores  más bajos de la sociedad, convirtiéndolos con las políticas gubernamentales en potenciales delincuentes.
En las últimas décadas el Estado se convirtió en la herramienta capaz de asegurar la reproducción del capital de la oligarquía financiera internacional y de un pequeño grupo de asistentes  necesarios, capital humano altamente calificado, para aplicar nuevas tecnologías de producción y administrar la movilidad del capital en forma globalizada aprovechando al máximo las posibilidades de los diferentes países para acrecentar sus riquezas y sus factores de poder.
En esta nueva etapa de control social el Estado se fue transformando, ante las nuevas políticas de explotación, ha debido reformularse en su rol de represor legitimo, ya que en la misma el capitalismo  dejo  fuera del mercado laboral a millones de proletarios al no ser más  preponderante el obrero, como factor de producción de plusvalía  y cederle el paso a   la explotación de los recursos naturales –extractivismo-  materia prima  sin proceso alguno, que sí bien siempre existió hoy a tomado especial relevancia en la producción de valor, por consiguiente  al no poseer    ningún tipo de procesamiento industrial  y sumándole el avance tecnológico-informático aún para las tareas más básicas como sembrar un campo, donde un operario con una máquina realiza todo el proceso de arar , sembrar y cosechar, la expulsión de la mano de obra es una constante y no deja de provocar gigantescos grupos de población sobrante , proletarios que nunca volverán a ser portadores de un trabajo seguro, estable y legítimo. Por el contrario se seguirán sumando a la interminable lista de  subsidiados -18 millones aproximadamente de planes sociales por un monto de 120 mil millones de pesos distribuidos en 60 programas diferentes, sobre una población de 40 millones- en los distintos tipos de planes trabajar, cooperativas, grupos de autogestión o todos los inventos que el Estado realiza para amortiguar la caída de los desclasados al bolsón de la marginalidad, una política más que necesaria para contener la marginalidad extrema que termina siendo una arma en contra para las clases dominantes que luego tienen que litigar contra explosiones sociales mucho más difíciles de controlar y caldo de cultivo para proyectos revolucionarios.
Sin embargo, con todos los esfuerzos que el  gobierno tiene que hacer para mantener el control, es imposible que un numeroso grupo de sujetos caigan en la marginalidad extrema y se vuelquen a la delincuencia. Y esto no solo tiene que ver con la condición social de pobreza, desde un punto de vista económico,  sino y por sobre todo por la decadencia cultural que provoca el mismo sistema.
Cultura que se entiende como todo aquello que compete al ámbito humano, lo que adquiere, se construye y se  transmite. En este sentido la cultura es la base de las identidades, de las representaciones sociales, de las conductas y hábitos: forma a las colectividades  en torno a los elementos identitarios y culturales. Pero sin embargo no se puede dejar de lado la impronta que causa la hegemonía de las clases dominantes en esto de la formación cultural o en la construcción de la misma, ésta claro que las elites imponen patrones y símbolos  culturales en la sociedad. La cultura dominante supone un trabajo arduo de legitimación de sus valores para que puedan ser apropiados por las culturas subalternas, permitiendo de esta manera la reproducción de la cultura de ellos.
Estos grupos de marginales  que se han ido afianzando en las dos últimas décadas debido en principio, porque algunos  eran predecesores pero las grandes mayorías   se fueron consolidando en la medida que el trabajo fue desapareciendo y las familias se empezaron a componer de abuelos desocupados, padres desocupados y por último hijos desocupados en medio de ambientes hostiles con todo tipo violencia familiar, barrial, de género, del Estado y de toda la sociedad en general, con alcoholismo, drogas y prostitución de por medio y el ejemplo más estandarizado de la clase gobernante que  es la corrupción, el enriquecimiento ilícito, los negociados con las grandes multinacionales por cifras millonarias, la utilización del Estado para asegurar miles de sueldos para familiares y adeptos ñoquis  y hasta la utilización de jueces para garantizar los negocios y su seguridad, es el causante principal de la descomposición cultural de nuestro pueblo, donde los valores del trabajo, la educación y el respeto  se han perdido, han dejado de ser hábitos para  una inmensa cantidad de sectores, muchos  marginales pero también ha ido carcomiendo  los diferentes estamentos sociales, degradándonos como sociedad y provocando un retroceso que nos llevara muchísimas décadas más tratar de recuperar.
 Sumándole a toda esta hegemonía cultural de la elite corrupta  el  apoyo y el fomento  de la propia clase media llamada progresista o de centro izquierda, que no deja de aplaudir todas las dadivas que el sistema arroja a las clases bajas para mantenerlas calmas, clase media siempre reaccionaria  que por su condición de pequeño burgués termina en la mayoría de las veces volcándose a la derecha por el sólo hecho de mantener su posición económica y no correr riesgo alguno, y en ciertas oportunidades hasta termina siendo cómplice de proyectos fascistas.
En esta estrepitosa decadencia cultural, el pueblo trabajador, reducido en los últimos años a su mínima expresión, muestra cada vez más su hartazgo por estar sometido diariamente al ultraje de la delincuencia social de la que es víctima,  y este concepto lejos esta de victimizar a las clases bajas o empobrecidas o de poseer una ideología fascista, sino de despojarnos de idealismos que nos llevan a realizar falsos análisis pensando que todos los pobres son buenos por el  hecho de ser pobres o que todos los trabajadores indefectiblemente avanzaran hacia un pensamiento socialista por el solo hecho de ser trabajadores. Dentro de las grandes masas empobrecidas existen muchísimos que se vuelcan hacia la marginalidad delictiva porque la hegemonía de las clases dominantes les indica que no trabajar y robar es una política de Estado y que al fin de cuenta los castigos se reducen y hasta se desestiman con una buena coartada, y si no preguntémosle  al vicepresidente.
En esta situación es que la gente empieza a dar señales de cansancio de su posición de  víctima del caos social y comienza a reaccionar a veces de forma individual y otras  veces de forma grupal, lo que es mucho más peligrosa para el Estado quien indefectiblemente debe ser el único que puede ejercer la violencia legítimamente. Y aquí es donde radica el mayor problema para la clase gobernante, no es como intencionalmente dicen o difunden los medios de comunicación tantos oficialista como opositores, que en esto si están totalmente de acuerdo ya que se trata de mantener a salvo el sistema de explotación que se alternan en gobernar, en que la gente se anime a tomar la justicia en sus manos y accione en post de sus intereses  inmediatos  y no es como dicen que el problema son los ddhh de los delincuentes o la certeza de que ellos fueron los victimarios sin juicio previo y legal, sino que esta gimnasia social se extienda y se reproduzca , se organice, adquiera  conciencia política y comience a tener claridad que uno de los enemigos principales a  condenar  son las dirigencias corruptas y cómplices de la decadencia de nuestra patria, del saqueo, el robo y la corrupción y que pueda tomar también en sus manos la justica popular en contra de ellos, este es el único y verdadero problema, que el verdadero pueblo trabajador se organice para pasarlos por las armas a corruptos y traidores como diría Mariano Moreno o el general Belgrano. Lejos está la preocupación de los gobernantes en los ddhh de los delincuentes sino y por sobre todo su propia seguridad, la de su clase y las de los grupos económicos que nos dominan, es ahí donde radica el verdadero conflicto, que el pueblo tome en su contra la violencia organizada en defensa de los interés de las clases trabajadoras.

Guillermo Castelli.

   

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