El
populismo intenta de todas maneras lograr consenso a través de medidas que
quieren demostrar la autenticidad de su “progresismo” pero que no encuentran
ningún tipo de apoyo popular, aún de los sectores más empobrecidos, ya que la
inseguridad atraviesa todo el espectro de clases y sectores sociales, sin hacer
diferencias a la hora del robo, la
violación o el asesinato.
Equilibrar
a detenidos con asalariados en cuanto a sus remuneraciones o sus beneficios sociales,
en un país donde la desigualdad social se encuentra a la orden del día, no es
solo un error político sino una falta de respeto a los trabajadores y una
provocación social.
El contexto
que transita la Argentina no es justamente el más adecuado para que equilibrar
determinados beneficios empiecen por las cárceles, como sí todo el resto de la
sociedad tuviera sus problemas debidamente resueltos y garantizados por el
Estado.
El problema
principal pasa por determinar en donde tendría que empezar la igualdad de
condiciones, el equiparamiento social o la igualdad de beneficios.
Si el
contexto nos demuestra que hay miles de jubilados que cobran haberes de $2500 después de 35 años de
trabajo, que otros tantos que trabajan no están registrados, que muchísimos
trabajadores no llegan a los $4400 mensuales; empezar a equiparar por aquellos
que han cometidos delitos y purgan condenas o procesamientos en cárceles, es
como empezar a contar la historia del
país a partir del 2003.
La justicia
social no se decreta ni se proclama en discursos, se construye día a día con
acciones políticas que desarrollen y fortalezcan la democracia, la cultura, la
educación , la vivienda y la salud. Mientras tanto aquellos que disponen de “su
libertad”, pero están sujetos a la esclavitud de la plusvalía, a la perversión
de la inseguridad y a la desigualdad social, no sean los primeros en ser
debidamente beneficiados con lo que por ley les corresponde, las acciones de ésta burguesía decadente y
parasitaria solo lograra enardecer los ánimos de aquellos que todos los días
salen a ganarse el pan y no saben si vuelven a sus casas.
La sociedad
en la que vivimos no es ejemplo ni de justicia ni de igualdad, todos los días
muren personas producto de una política que sobrevalora la cultura parasitaria,
del no trabajar y del no estudiar, una política que baja desde los más alto del
gobierno, apoyado, legislado y ejecutados por ellos mismos, como parte del
proyecto burgués que por un lado impone un plan económico sustentado por un sector del capitalismo
financiero internacional y por el otro aplica planes sociales de contención
como la mayoría de los países sudamericanos para contener, disgregar y
atomizar, tanto a los amplios sectores sociales como a sus posibles vanguardias
políticas sobre todo las de la clase obrera, capaces de desarticular, en otras
condiciones sus planes de dominación.
El Estado, única
institución que puede aplicar de forma legitima la violencia y que cuenta con
todo un andamiaje jurídico para reprimir todo tipo de delitos, se ha convertido
en una máquina lenta, perezosa y maquiavélica. Su brazo represor las distintas policías
y FFAA están corruptas hasta el tuétano, tienen más antecedentes que los
propios presos, y a pesar del constante cambio de cúpulas no se ha podido
corregir la situación.
Tanto los
delitos como los crímenes se acrecientan a diario, los niveles de inseguridad
son los más altos de la historia y la crueldad de los mismos ya no tienen límites.
En este
contexto cómo es posible reinsertar a una persona que cumple su condena y vuelve a
la sociedad para tratar de continuar una vida plena dentro de las normativas
civiles.
Conseguir trabajo, mantener la disciplina del horario
diario, y acostumbrarse a sobrevivir con
salarios magros y gastos elevados en
caso de intentar acceder a una vivienda digna no es lo más fácil que le sucede
a un ser que habita nuestros suelos.
Para pensar
en reinsertar a una persona privada de su libertar, primero y fundamental hay
que construir una sociedad justa donde todos trabajadores, niños y jubilados,
vivan dignamente y tengan acceso indiferenciado a la salud, trabajo, vivienda y
educación, de esta manera sí será posible que la sociedad le muestre un camino
diferente y posible a quien quiera empezar de nuevo.
Mientras la
sociedad se desarrolle de forma caótica y violenta, equiparar a los que
cometieron delitos y purgan condenas, con los que pelean a diario por
sobrevivir en esta gran selva sin romper
las reglas es una calamidad.
Por el
contrario se debería mostrar por parte del Estado como resarcimiento para los
que todos los días vivimos situaciones oprobiosas y de inseguridad, que quienes
cometen aberrantes delitos cumplan y tengan que pagar las consecuencias de los
mismos.
Darles
trabajos y estudio no debería ser ni un premio, ni una excepción, por el contrario debería ser una obligación
que todos tendrían que cumplir, en principio para que sus salarios sirvan para amortizar
las costas de sus juicios y seguido de esto los altísimos costos de mantención
y seguridad que demandan sus encierros, costeados por toda la sociedad que
trabaja para ellos. Y el estudio sí sería la mejor forma de garantizarles la reinserción social, pero teniendo en cuenta
que este debería cumplir un bien a la sociedad y no garantizarles el manejo de
las leyes para poder delinquir con más capacidad. Por lo que se deberían dictar
todo tipos de carreras que beneficien a
la sociedad, tales como medicina, arquitectura, ingeniería, odontología, veterinaria,
etc; y que el Estado garantice que el buen desarrollo de las carreras y las
buenas notas sean alicientes para disminuir sus condenas y sirvan para
asegurarles trabajo dentro del Estado para el beneficio social.
Todo lo
demás pareciera ser otra medida descontextualizada, que ataca directamente a la
ya deteriorada cultura del trabajo y al sano desarrollo de la sociedad.
Guillermo Castelli
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