El dios devorador.
Después de 30 años de democracia, el sistema político se ha ido consolidando de manera tal que en el transcurso de los años se han sucedido todos gobiernos democráticos, a pesar de las diferentes crisis político-económicas a las que el pueblo fue sometido. Y si bien los gobiernos de turno fueron en su gran mayoría elegidos por el voto popular, salvo la seguidilla de presidente que tuvimos durante la crisis del 2001, en ninguno de los casos el pueblo determina las diferentes políticas que éstos terminan imponiendo, ya que al fin y al cabo las políticas aplicadas lejos están de las decisiones del pueblo y se encuentran mucho más cerca de los intereses de la clase dominante.
A simple vista los diferentes discursos o las plataformas políticas que presentan los distintos partidos, parecieran ser muy diferentes, o tener hasta proyectos dicotómicos. Sin embargo se puede apreciar que a través del tiempo, los supuestos proyectos diferentes van pasando como sus progenitores pero la burocracia estatal sigue perdurando en el tiempo.
Con esto quiero decir que si bien la dirigencia política de los partidos va concluyendo sus mandatos y en teoría quien los sucede impone un proyecto diferente todo el engranaje administrativo del Estado, tanto en sus ministerios, como en la justicia, y en todas las demás instituciones siguen siendo ejecutados casi en su totalidad por las mismas personas.
O sea, si bien pueden cambiar formalmente las personas que encabezan los ministerios, ciertos jueces en la justicia, algún director del área de la salud pública o de la educación, gerentes o ejecutivos de empresas públicas, en el resto de las cadenas organizativas de los diferentes ministerios o áreas del Estado, el personal sigue siendo el mismo a través de los sucesivos gobiernos. Y de todas maneras las supuestas diferentes políticas siempre se terminan aplicando y peor aún, las corrupciones, los desintereses, los abusos, el maltrato hacia la gente se reitera una y otra vez, pase el gobierno que pase. No se trata solamente de los malos gobiernos, o de las políticas de dominación, también existe una burocracia estatal enquistada en el cuerpo del Estado, dispuesta a sobrevivir y alimentarse de esa gran caja siniestra y corrupta en la que se ha convertido el Estado.
El “Sistema” en este largo proceso democrático ha sabido construir su propia burocracia estatal que le permite funcionar a pesar de todo, ya sean cambios de gobiernos, crisis económicas o políticas. Cualquier cambio de este tipo, nunca termina de afectar la organización del Estado, ni su esencia como institución, porque cuenta con la mano de obra necesaria y precisa para su funcionamiento. Mano de obra que es adaptada al funcionamiento corrupto y despótico, por ese gran dios devorador que les carcome las mentes y el espíritu, inclusive hasta aquellos que ingresan con un verdadero interés por cambiar cuestiones de gestión.
Pero es imposible resistirse a la máquina de triturar cabezas, tarde o temprano aunque no te termine de corromper logran tu inmovilidad, tu disimulo ante situaciones perversas, tu silencio cómplice y en el mejor de los casos te auto acuartelas en tu pequeño puesto para hacer cosas sutiles que mantengan de alguna manera tus principios, pero no sean tomadas como una actitud visible y mucho menos imitable, que pueda afectar “el buen desarrollo del funcionamiento estatal”.
Sin querer generalizar pero la realidad demuestra que la gran mayoría de los que trabajan en el Estado terminan empujando el carro hacia adelante no importa quien dirija, sea mejor o peor que el anterior gobierno, el andamiaje humano sigue funcionando.
Tal es así que se han convertido en un grupo de características especiales, ya que son maleables a cualquier orientación o dirección política, mantienen su funcionamiento orgánico aun sin existir una dirección consolidada, se auto protegen para su supervivencia, y se inmunizan de todos los daños y sufrimientos ocasionados.
Funcionan como una casta o como una clase que no tiene que ver con la posesión de los aparatos de producción sino más bien con el control y la defensa a ultranza del Estado. Esa gran máquina devoradora de espíritus y conciencia, que termina convirtiendo a todos sus trabajadores en burócratas inmunes al dolor y a las necesidades de la gente, olvidando y descuidando hasta los intereses de su propia reproducción como animales sociales y los de su descendencia, los cuales tarde o temprano serán afectados, por la mala educación, por el sistema de salud, o por cualquier trámite de índole administrativo.
A simple vista parece una descripción desmedida y hasta tremendista, pero hay miles de ejemplos diarios que atestiguan tal situación.
Todos sabemos que entrar a trabajar en el Estado, es un viaje de ida, pues quien sea de planta permanente, nunca tendrá problemas laborales, ya que a nadie echan del estado, podrás ser un corrupto, un inútil, inoperante, etc. pero nunca serás despedido.
Muchas veces ha sido puesto en tela de juicio el Estado, como órgano interventor en la economía del país, tanto por uno como otro bando, para el oficialismo actual o para cuando eran la plataforma menemista, hoy estatistas antes privatizadores, sin embargo en todos los casos nunca dejo su función de mantenerse como señor feudal en todas las provincias, más en las del norte que en las del sur, pero ha jugado a ser quien es, dueño y señor de ofrecer trabajo y mantener la supervivencia de vastas poblaciones, que solo pueden acceder a un miserable sueldo y muchas veces en negro ofrecido por ese gran Estado, feudal y clientelista, que genera “trabajo” sólo para los que botan al oficialismo.
Y si no preguntémosle a la madre de Jorge Velásquez, el pibe asesinado en Jujuy, por repartir boletas de la UCR. Un pibe que estudiaba en la escuela de la Tupac Amaru, organización de Milagritos, reina del gatillo fácil Salas, y militaba en la UCR, todo sólo para poder conseguir un empleo, no por alguna convicción política. Está claro que en las provincias para conseguir un laburito tenes que acercarte a alguno de los que andan “en política” sino serás un desocupado de por vida.
El Estado es corrupto y clientelista, formador de conciencia, dominador de espíritus rebeldes, opresor silencioso; pero también está formado por hombres y mujeres corruptas, personas deshumanizadas, opresores de turnos, enriquecedores ilícitos, facciosos de turno, opresores y represores, todas calañas que se manejan y se forman y se auto forman en ese gran Estado, que a su vez funciona porque todo su andamiaje administrativo se regenera una y otra vez, antes como modelo oligárquico y militar, para restituirse en un modelo democrático burgués y llegando a la actualidad transformado en una nacionalismo popular, de carácter personalista y una fuerte tendencia a concentrar el poder, y ejercerlo en forma despótica.
Guillermo Castelli.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario