De mitos, leyes e independencias.
Desde hace décadas se escucha en la política popular la mitológica frase de que el año 2000 nos encontrara “unidos o dominados”, frase que parece revalidarse o reconstruirse ante cada nueva situación de aparente lucha con el poder imperial.
Ese poder que ante la imperiosa resolución de conflictos internos siempre está, y es necesario que así sea, afuera, en el exterior, en la lejanía; porque de esta manera en la supuesta lucha contra este se busca hegemonizar esa identificación necesaria con lo nuestro, con el nosotros, con lo que somos, con un cuerpo único de pensamientos y sentimientos identificable con nuestra realidad propia e intrínsecamente independiente.
Ese poder que tiene un espacio, pareciera propio y solo territorial, un lugar delimitado por una zona geográfica y representado por un Estado extranjero, devenido en actor a veces malo y otras tantas bueno, según el contexto y las necesidades de quienes revalidan o contraponen sus políticas depende las conveniencias temporales.
Y es propio de estos momentos donde el gobierno trata de volver a revalidar esta mitológica frase de la independencia, caballito de batalla que se viene utilizando para recomponer la imagen de un Estado nacional que hoy sí parece funcionar como independiente y autónomo en sus decisiones políticas, económicas, educativas, etc.
Sin embargo, este discurso que hegemoniza en distintos ámbitos no se contrasta con la realidad; un ejemplo pertinente a nuestro ámbito, el de la educación universitaria, es el rol de la CONEAU, organismo que revalida, aprueba y decide sobre las carreras universitarias, en apariencia representaría al Estado, pero fue creado por imposición del banco mundial y representa sus visiones e intereses, su permanecía significa que es ante él donde la educación pública se debe acreditar.
Otro ejemplo de los límites de la “autonomía” e “independencia” del Estado nacional es la denominada Ley Antiterrorista aprobada en los últimos días del 2011 por ambas cámaras de un congreso mayoritariamente oficialista. El eje principal de esta ley es establecer la ilegalidad de cualquier persona u organización que realice, apoye o financie acciones que aterroricen o vayan en contra del Estado, empresas privadas o el bien público, un cuerpo legal extremadamente amplio para la interpretación donde cualquier acción de protesta puede ser tomada como un acto antiterrorista.
Esta ley promovida por el poder ejecutivo no fue una idea original del mismo, ni una respuesta a una coyuntura nacional, sino que fue impuesto por el GAFI, Grupo de acción financiera internacional, un organismo del poder imperial; sin embargo paradójicamente se sigue resaltando desde el discurso gubernamental la supuesta independencia política.
Entonces ante la reflexibilidad impuesta por la circunstancia no cabe más que preguntarse cuál es el verdadero significado de la llamada independencia nacional, cuál es el valor de la institución Estado cuando éste legisla bajo imposiciones ajenas al límite territorial, dónde se encuentra la concentración de poder institucional cuándo múltiples factores de poder exógenos atraviesan de forma determinante decisiones de Estado. Cómo el Estado construye independencia cuando la misma palabra es trasvestida de significación.
La enorme capacidad de articular un doble discurso con una lingüística acorde a la mitología, apelando al sentimiento nacional como herramienta para la hegemonía tanto política como cultural pareciera la formula más precisa para simbolizar una cosa y legislar otra.
Lo que me parece sin dudas es que desde 1810 a la actualidad la palabra INDEPENDENCIA ha sufrido distintas interpretaciones etimológicas, desde los principios jacobinos de Moreno, Castelli y Monteagudo, que promulgaban la independencia política y económica del imperio español, pasando por Roca y la generación del ´80 para quienes la independencia era la eliminación de los indios para fomentar el desarrollo económico a través de la conquista, hasta la actualidad donde la independencia es una palabra utilizada para revalorizar un proyecto en apariencia Nacional pero que es en esencia el de un poder económico de intereses trasnacionalizados.
Guillermo Castelli.
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